jueves, 19 de junio de 2025

El club 48

Me encontraba al fin en el lugar adecuado. Tras un día entero de incesante búsqueda e investigación, frente a mí, se hallaba una puerta común y corriente. Una puerta de madera insertada en una pared de lo más simple, situada al fondo de un olvidado callejón de uno de los arrabales de aquella caótica ciudad. Junto al marco de la puerta pude ver que había un pequeño timbre. Un simple botón casi imperceptible.


Allí estaba yo con aquella extraña flor en el ojal de mi americana. Di un paso hacia adelante. Extendí lentamente mi brazo derecho con el dedo índice estirado y lentamente pulsé el botón. Nada ocurrió en principio. Mientras esperaba me sobrevinieron a la cabeza un torrente de imágenes y momentos transcurridos durante aquel frenético fin de semana.


Nunca olvidaré la tarde de aquel viernes. El último del mes. Estaba a punto de salir de la oficina. Comprobaba el correo electrónico para dejar todo listo antes del fin de semana y el merecido descanso. La semana había sido dura. Y pensaba estar todo el sábado en casa descansando.

Comprobé con satisfacción que todo estaba correcto, y justo en el instante en que el cursor del ratón se dirigía a la X roja para cerrar el navegador, un nuevo mensaje llegó a la bandeja de entrada.

Su remitente era desconocido, algo que me extrañó y me intrigó a partes iguales.

Nunca debí pulsar el botón izquierdo del ratón y leer el contenido de aquella electrónica misiva. Pero lo que leí en aquel correo no podía dejar a nadie indiferente.

Quien se escondiera tras su autoría invitaba al lector a participar de un siniestro juego a contrarreloj. Se trataba de encontrar una serie de piezas necesarias para la resolución de un enigma, un extraño juego de pistas a resolver en las próximas veinticuatro horas.


Desde que era pequeño me habían apasionado las novelas de misterio y las películas de detectives por lo que el reto que se me presentaba por delante fue para mí absolutamente irrechazable.

Decidido a comenzar salí atropelladamente de la oficina. Trataba de calzarme el abrigo mientras bajaba las empinadas escaleras que dan acceso a la entrada principal del edificio donde radica la empresa que me empleaba. Con el apresuramiento trastabillé y casi doy de bruces contra el suelo antes de llegar a mi ciclomotor estacionado en el aparcamiento contiguo.

Una vez a lomos de mi montura con motor de dos tiempos, surqué las avenidas a toda la velocidad que esta me permitía en dirección al parque del Oeste, el lugar de mi primera prueba.


El parque era una especie de jardín botánico que albergaba multitud de especies vegetales de diversos lugares del mundo. Era tarde y el recinto cerraría en breves instantes por lo que disponía de poco tiempo para realizar mi búsqueda. Según el correo, en este lugar se encontraba una inusual especie de orquídea muy rara y difícil de encontrar por las particulares condiciones necesarias para su crecimiento. Se trataba de la Epipogium aphyllum o también conocida como la orquídea fantasma. Una extraña flor que solo se encuentra en lugares recónditos de latitudes septentrionales.

Deambulé por los senderos de tierra batida de un extremo a otro del parque en una frenética e infructuosa búsqueda, y cuando estaba por darme por vencido, como por arte de magia, me topé de frente con la rara flor que trepada por el tronco de un sicomoro situado cerca de una de las puertas del recinto.

La cosa era sencilla. Tan solo tenía que apoderarme de una de estas flores y colocarla en el ojal de mi chaqueta. Así rezaban las instrucciones. De modo que extremé las precauciones, me cercioré de que nadie pudiera verme y raudo corté una de aquellas preciosas flores.

Pasados escasos minutos ya estaba de nuevo subido a mi ciclomotor en dirección al siguiente emplazamiento.

El lugar a donde debía dirigirme en esta ocasión era una vieja parroquia situada en uno de los barrios aledaños al río. Según el mensaje, mi misión consistía en dirigirme al confesionario y confesarme ante el párroco. Sólo tras una confesión verdadera y de corazón obtendría del sacerdote un mensaje cifrado que debía dirigirme al siguiente lugar, donde además se cerraría el círculo y la búsqueda tendría su fin.

Cuando llegué a la vieja parroquia ya era noche cerrada. La plazuela donde se hallaba la fachada principal y acceso al edificio estaba desierta. De manera repentina un viento frío comenzó a soplar dejándome helado hasta los huesos, así que aceleré mis pasos y me precipité al interior del templo.

Dentro estaba oscuro, solo iluminado por un centenar de pequeñas velas. Un fuerte olor a incienso inundaba el lugar dándole un halo místico y a la vez misterioso que invitaba a la introspección.

Caminé despacio por la nave central mirando en todas direcciones en busca del confesionario. Finalmente lo encontré al fondo de una de las naves laterales. Me dirigí hacia el lugar y una vez allí, me senté en el pequeño bando de madera que había en su interior. Esperé un poco y un instante después, la portezuela que comunicaba ambos espacios se abrió dejando entrever una silueta tras la celosía. No escuché ninguna voz, pero sabía que había alguien allí detrás, así que comencé a hablar.

Al principio no sabía muy bien qué decir, así que mi desordenado discurso se andaba por las ramas en un ininteligible circunloquio hasta que poco a poco y ante el sepulcral silencio de mi interlocutor comprendí que era necesario sincerarme si quería resolver aquel misterio. Entonces hice de tripas corazón, cerré los ojos y miré al interior de mi alma. Busqué aquello que había sepultado en la memoria de manera inconsciente como solemos hacer para poder dejar atrás aquello que nos es doloroso o traumático y poder seguir hacia adelante. Una vez lo encontré, mi boca comenzó a verbalizarlo. Por primera vez en mi vida podía oír de mi propia voz aquel terrible testimonio de mi juventud que hasta este momento había pretendido soterrar y dejar en el olvido.

Cuando terminó mi confesión la persona que se hallaba al otro lado habló. Su voz era suave y tranquila. Me dijo que podía descansar en paz pues recibiría el perdón del divino rematando su frase con un galimatías que no entendí al principio. Acto seguido la portezuela se cerró de golpe y porrazo y me quedé solo en la oscuridad de aquel lugar.

Salí pensativo y cavilando de la iglesia sin tener muy claro qué hacer a continuación. Me dirigía a mi ciclomotor repitiendo en mi cabeza la críptica expresión con la que el sacerdote había concluido nuestra charla.

No paraba de dar vueltas al asunto mientras deambulaba por la ciudad dormida surcando la madrugada a través de sus desiertas avenidas. Llevaba así al menos una hora cuando de repente, mientras esperaba el cambio de semáforo en un cruce, la solución apareció súbitamente delante de mí.

En uno de los edificios que se encontraban frente a mí, al otro lado de la calle podía verse un enorme cartel publicitario que cubría toda la fachada. El anuncio era algo confuso pero una mirada atenta ayudaba a develar el mensaje que se encontraba oculto en él y que mostraba la ubicación de un lugar: el club 48. Sin duda, aquel era el destino final de mi búsqueda.

Había oído hablar de aquel sitio. Sabía que había un lugar en la ciudad donde acontecían fabulosas fiestas y eventos de carácter exclusivo, un establecimiento vedado a la mayoría de la gente. Un club selecto al que no cualquiera podía acceder, ni siquiera encontrarlo pues solo los que formaban parte de él conocían su ubicación. Un lugar que definitivamente no era para mí, un pobre oficinista sin más aspiraciones que sobrevivir en esta vida moderna. Sin embargo, el destino me había ofrendado con esta gloriosa oportunidad: la ocasión de escapar de mi anodina existencia y pasar a formar parte de algo especial, algo que quizá me abriese las puertas a otros caminos posibles. Una irresistible emoción embargó todo mi cuerpo y decidí que debía aferrarme a esta oportunidad.


Estaba amaneciendo, la frenética investigación me había tenido horas en vela y de un lado para otro así que estaba realmente agitado, pero la incertidumbre y la emoción de haber logrado descifrar el enigma me mantenían con las fuerzas suficientes como para desvelar de una vez por todas aquel entuerto. Ardía en deseos de encontrar aquel lugar fabuloso y de conocer a quien me había invitado a participar en esta especie de rito iniciático. De modo que me coloqué el casco, encendí el motor y dirigí mi vehículo hacia las afueras de la ciudad.

De pronto, la puerta se entreabrió lentamente. Di un paso hacia adelante y tras el umbral pude observar un felpudo donde podía leerse: Bienvenido al club 48.

Siempre quise entrar en el exclusivo club 48, así que crucé el umbral y accedí al interior.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

La gruta oscura

 El acceso a la caverna apenas podía vislumbrarse recortándose sobre la roca en aquella oscura noche sin luna. Era una noche fría y el viento azotaba las copas de los robles y encinas en un enorme estruendo. Decían los ancianos del pueblo que en las noches sin luna como esta podía presentarse la ocasión para hallar el acceso a la antigua gruta.

Una vez se introdujo por la angosta cavidad que daba acceso a la cueva, el ruido del exterior se fue calmando y dio paso a un lúgubre silencio solo interrumpido de cuando en cuando por un lejano goteo en algún lugar más adentro.


A medida que se adentraba en las profundidades de la tierra no paraban de venirle a la cabeza los viejos cuentos y leyendas que las ancianas del lugar contaban a los niños y niñas para que se quedasen dormidos. Estas historias repletas de avisos y advertencias, pretendían precaver al oyente de los peligros de encontrarse con las criaturas de la noche y la oscuridad entre las que se encontraban trasgos, brujas y trolls, pero de las que la más pavorosa era sin duda el dragón.

Hacía cientos de años que no se había visto uno y esto llevó a la gente a pensar que habían desaparecido y con ellos las antiguas y crueles tradiciones que rendían culto al dragón y que consistían en rituales de adoración y entrega de tributos, a veces de oro, a veces de carne.


Estos pensamientos acudían a su mente y la hacían estremecer mientras seguía adentrándose en las entrañas de la caverna. Solo la tenue luz de un pequeño candil servía para iluminar el camino que se estrechaba y ensanchaba caprichosamente a medida que descendía cada vez más. Intentaba calmar su inquietud intentando convencerse de que muy pronto regresaría a la aldea y podría contar con júbilo que aquellas historias de las ancianas solo eran eso, historias para amedrentar a los niños. Pero en su fuero interno había una sombra, un temor que se mantenía vivo y que parecía medrar con cada paso que daba hacia el corazón de la montaña.


De pronto, un repentino soplo de aire gélido apagó la llama que le guiaba dejándolo en la más completa oscuridad. Casi como un reflejo, contuvo el aliento permaneciendo en la más absoluta quietud. En esta situación logró oír algo. Se trataba de un ruido constante y acompasado que no conseguía identificar. 

Lentamente prosiguió en su avance y comprobó que la gruta se ensanchaba en una especie de gran estancia de piedra. 

Lo que observó en su interior le dejó petrificada. Un terror desconocido e incontrolable se apoderó de su alma dejando congelado su cuerpo y la mente obnubilada. Ante ella, dormitando, se encontraba un majestuoso dragón verde…


lunes, 27 de mayo de 2024

Las cartas que escondió mi padre

 Había sido agradable volver a mi ciudad natal. Contra todo pronóstico, me invadía una extraña mezcla de melancolía y ternura al recorrer los viejos lugares de mi infancia. Aquellas plazuelas y callejas que tanto habían cambiado, pero que sin embargo eran capaces de evocar en mi recuerdos que yo imaginaba ya olvidados.


Todo en el barrio estaba cambiando, apenas podían reconocerse ya los lugares más emblemáticos, las tiendas y almacenes de toda la vida habían ido dejando paso a nuevos comercios con sus flamantes ofertas y sus rótulos coloridos de marcas de procedencia extranjera.

El vecindario también había cambiado con evidente ambivalencia pues, por un lado la mayoría de las familias que lo habitaron habían acabado mudándose ante circunstancias de diversa índole y por otro, aquellas que aún permanecían en el barrio que también habían cambiado pues el paso del tiempo había dejado huella evidente en ellos.

Recorrí paseando la calle principal alrededor de la cual se distribuía la barriada. Me dirigía a la casa familiar, pero allí no esperaba familia alguna. Por desgracia, hacía tiempo que allí no vivía nadie. Mi madre nos dejó hace años y mis ojos de niño habían ido observando el desfile de mis hermanos y hermanas mayores abandonando el hogar para intentar prosperar cada cual más lejos, mientras yo, en silencio,  aguardaba con ansia mi turno. Por último quedó mi padre, al cual abandoné cuando cumplí los diecisiete. Los estudios no eran lo mío y nuestra relación había ido enfriándose tras la muerte de mi madre y la paulatina desaparición del resto de sus hijos. 

Mi padre, o al menos lo que conocí de él, era un hombre absorbido por su trabajo. Su vida se ceñía a trabajar, dormir y comer, pues nunca tenía tiempo para más y jamás le vi interesarse por afición alguna, o frecuentar los baches y cafés como hacían los hombres del barrio para beber, bromear y jugar al dominó. Por este motivo yo le despreciaba. Pensaba en mis delirios de grandeza juvenil que la miel no está hecha para el paladar del burro y ardía yo en deseos de escapar de aquel establo que era mi vida. Así que en cuanto tuve la oportunidad salí de allí como alma que lleva el diablo y sin volver la vista atrás me marché a la gran ciudad con la cabeza llena de ilusiones y proyectos y el corazón henchido por esa incontenible emoción adolescente. Jamás, desde entonces, volví a visitar este lugar, ni siquiera mi mente regresó por un segundo  a estas calles durante todos estos años.


La muerte de mi padre me trajo de regreso a este lugar. El último lazo que podría haberme unido a este sitio se había extinguido definitivamente, por lo que la visita adquiría un tono de despedida doble: La del pariente que comienza su viaje al más allá. Y la mía propia pues ya nunca más regresaré a los lugares de mi infancia, por lo que esta conexión se perderá para siempre.

La vieja casa familiar se encontraba prácticamente vacía. Mis dos hermanas se habían hecho cargo de desalojarla y recoger los pocos enseres que allí quedaban para dejarla lista a la espera de resolver el futuro uso de la vivienda. Esto sería tema central de una futura reunión con mis hermanos y hermanas, algo que se me antojaba angustioso por el tema y por los asistentes. 

Andaba yo absorto en estas cavilaciones cuando mis pasos me llevaron sin quererlo a la habitación de mis padres. Allí el paso del tiempo parecía haberse detenido en un momento indefinido hace treinta años. Aún podía percibirse el olor del perfume de mi madre, como si aquella fragancia hubiera impregnado la habitación tan intensamente que ya formara parte de su propia arquitectura. 

Este era el único lugar de la casa que había permanecido intacto y no había sido profanado por mis  hermanas en el trasiego de los días anteriores. 

A mi padre lo encontraron muerto en la casa. Al parecer la muerte le sobrevino de repente. Se encontraba en su pequeño escritorio y sobre el falleció. Cuando los agentes policiales procedieron al levantamiento del cuerpo descubrieron que se hallaba escribiendo una carta.

Me encontraba frente a la mesita que hacía las veces de escritorio, tomé asiento y encendí la lamparita pues los últimos rayos de sol anunciaban el ocaso dejando el interior de la casa en una penumbra cada vez más intensa. Había un cajón entreabierto que llamó rápidamente mi atención. Agarré el tirador y lo terminé de abrir para ver su contenido. En su interior había una carpetilla de esas azules con tiras de goma para el cierre. La extraje con cuidado pues su interior estaba repleto de papeles. Pensé que alguien habría pasado por alto el cajón, pues el resto de la casa había sido ya prácticamente vaciada, y esta carpeta repleta de cartas había quedado ocultas al fondo de aquel cajón.

Tomé una de las hojas. Para empezar me impresionó su caligrafía que era excelente como la de la mayoría de personas de la generación de mi padre. Una letra fina y espigada que daba gusto leer.     Se trataba de una carta dedicada a mi madre. Debía ser de sus años de noviazgo. En ella relataba un periplo oceánico. Al parecer se hallaba enrolado en un barco pesquero que les conducía a él y la tripulación a las costas sudafricanas en busca de sus preciadas capturas. Describía con bastante buena pluma, algo que me sorprendió sobremanera, todas las maravillas que podía experimentar en aquellos exóticos lugares. Explicaba las costumbres y gustos de sus gentes. Describía con detalle el agreste paisaje y la relación con el entorno de los lugareños. Y relataba con pasión el ansia incontrolable que le corroía al no poder estar cerca de su enamorada.

En otra de las cartas se narraba otro viaje, esta vez por Europa cuando fue llamado a filas y tuvo que incorporarse para participar de primera mano en la guerra que asolaba de nuevo al viejo continente. En esta misiva describía las atrocidades y barbarie del conflicto armado. Cómo el ser humano puede verse rebajado a la más brutal de las crueldades en una escenario de desesperanzado apocalipsis, donde lo único que importa es sobrevivir a cualquier precio, aunque sea la propia humanidad. Las reflexiones que pude leer en aquella carta me dejaron pasmado pues jamás hubiera podido yo  imaginar la profundidad de los pensamientos de mi padre.

En otra de las cartas respondía a mi madre ante la noticia del nacimiento de su primer hijo, mi hermano el mayor.  Mis recuerdos de su relación están salpicados de peleas y riñas. Mi hermano llegó a enfrentarse a él en una ocasión, esto horadó un profundo precipicio entre ellos que jamás fue superado por ninguno de los dos. Sin embargo esta carta poseía un tono conmovedor. Inundado de alegría manifestaba su emoción por el nacimiento de su primogénito a quien ardía en deseos de conocer cuanto antes. Se encontraba en aquella ocasión en las islas, pero la ansiada buena nueva haría que anticipase su regreso. La lectura de esta carta me emocionó a mi también pues de alguna forma me acercaba a estos dos familiares tan ajenos a mí durante toda mi vida.

Continué leyendo con fruición, pues la capacidad literaria de mi padre era algo fascinante cuyo valor aumentaba por el desconocimiento previo que yo tenía de la misma.

En sus cartas recorrí el mundo, pues en su juventud, mi padre no dejó rincón alguno por conocer por diferentes motivos. Constaté cómo las vicisitudes de la vida habían fraguado poco a poco el verdadero carácter de mi padre tan opuesto al que yo le supuse durante toda mi vida y que tan solo ahora comenzaba yo a atisbar.

Conocí de su puño y letra la felicidad y el cariño que había puesto en esta familia por la que había dado todo, incluso su propia esencia. Una apuesta vital, sin reservas que le había confinado en esta pequeña localidad y que lentamente lo había ido apagando hasta no dejar de él más que una difusa sombra del hombre que fue una vez.

Había pasado varias horas encaramado al escritorio, leyendo con avidez cada una de las cartas que conformaban aquella correspondencia sin destinatario. Cuando llegué a la última. La carta cuarenta y ocho era una carta de despedida. Una carta inconclusa por funestos motivos ya que es la que se encontraba escribiendo cuando le sobrevino la muerte.

Es como si mi padre quisiera aquí despedirse de sí mismo de manera epistolar. En su lectura pude asistir a la renuncia de su propio pasado. La caída en desgracia de un hombre devorado por el sin sentido de la vida cotidiana. La desesperanza de quien ha perdido ya la fe en toda posibilidad de escape. Quien aguarda el advenimiento de la parca alojado en una especie de muerte en vida.


La lectura de esta última carta me dejó devastado y sumido en un profundo desasosiego.

Aquellas cartas describían con profuso detalle las interioridades de un hombre al que yo consideré vacío por dentro y que en verdad albergaba una riquísima y curiosa mirada del mundo. 

Las cartas que escribió mi padre me hicieron sentir pena por él, pero también por mí que experimentaba ahora la impotencia de no haber conocido realmente a aquel hombre.

Las cartas de mi padre hablaban por él. Decían todo aquello que jamás pronunciaron sus labios, enmudecidos por el maltrato al que la vida le había sometido recluyéndolo en su prisión de anodina cotidianidad. 

Las cuarenta y ocho cartas que mi padre escondió fueron el mejor regalo que pudo hacerme, pues gracias a ellas logré conocerlo y alojarlo al fin en el lugar que merecía en mi corazón.


jueves, 8 de junio de 2023

El Horror de Kingsbury


A continuación os presento mi último relato, esta vez en formato audiovisual debido a su extensión.
Basado en las peripecias y aventuras de esta insólita pareja de investigadores de lo oculto; el padre Gallagher y el detective Flanagan en esta aventura iniciática en la que se conocen y a través de la cual  se nos presentan.
Primera entrega de la que espero que sea una saga lovecraftiana...

domingo, 1 de enero de 2023

Reflexiones del reflejo

 Primero de año. Día para la reflexión. Hoy quizá, más  que nunca, pues la verdad no recuerdo cuando fue la última ocasión en la que comencé un primero de enero sin una enorme resaca. Estas suelen ser fechas para eso, o al menos siempre lo han sido para mí. 

Pero este año ha sido diferente. He amanecido con todos mis sentidos lo suficientemente despiertos como para comenzar a funcionar como un día cualquiera y salir a dar un paseo para dar la bienvenida al Sol.

Caminando por la playa, me he cruzado con una garceta que pescaba en una charca. Me descubrí absorto observando su estoica postura mientras permanecía al acecho, sostenida sobre una pata y mirando la superficie inmóvil, aguardando el momento. La simetría de la imagen me empujó a fotografiar el instante y me devolvió a mis primitivas cavilaciones. 

Gracias a este cúmulo de circunstancias me ha sido posible hacer la siguientes reflexiones, pues comienza un nuevo año y es momento de analizar lo pasado y hacer propósitos (algunos de enmienda, seguro) para los trescientos y pico días que nos esperan en adelante.

El reflejo de la garza me hace pensar en lo que de espejo tiene este momento. Mirar al pasado para ver mejor el futuro. Ver quien fuiste ayer, para poder imaginarte mejor en lo que te aguarda mañana.

Sin duda toca valorar lo bueno que ha pasado y celebrar la consciencia de ello intentando ser más cuidadoso con las cosas delicadas que a veces manejamos, las nuestras y también las ajenas. Pero también hay que rememorar los malos momentos, los errores, los descuidos; todo ello sin mortificaciones innecesarias, pero con la suficiente gravedad para poder cambiarlas si vuelve a presentarse la ocasión.

Esta evaluación de lo acontecido debería darnos pistas para poder provocar los cambios que nos lleven a ser mejores, o eso solía pensar. Sin embargo este año creo que la frase estaba equivocada, o al menos, lo que siento es que debo buscar los cambios que conduzcan a hacernos el bien

Hacerse el bien aun a riesgo de sacrificar algo de nosotros mismos en el proceso aun a sabiendas de que quizá nos obligue a ser más egoístas, a ignorar más a menudo la empatía, a no perseguir quimeras sin respiro pues está escrito que nunca nadie podrá alcanzarlas. Desde luego a priorizar el tiempo y la dedicación a las personas y cosas que realmente lo merecen y dejar atrás distracciones que solo hacen restar energías a las primeras.

Hacerse el bien puede llevarte a no decir algunas cosas para evitar tener que ser consecuente con ellas, pues se está más libre en silencio, y si uno no es capaz de liberarse de las ataduras que las propias palabras obran , será mejor dejarlas en el mundo de las ideas y que no se materialicen como carceleras en el mundo de los actos. 

La reflexión, el propio reflejo...

Hacerse el bien...

El año que comienza

Supongo que son reflexiones tontas de un tonto que no sabe lo que dice, pero escribirlas, materializarlas, contribuyen también a alimentar este proceso de reflexión que se me brinda hoy con este primer día del año... 

martes, 14 de septiembre de 2021

Cuentos y leyendas desde los Reinos olvidados

 A continuación os presento a la compañía del cráneo del troll, un grupo de aventureros que nos llevarán a conocer los Reinos olvidados a través de sus peripecias y aventuras. 

Se trata de una lista de reproducción en la que iré incorporando los episodios de esta saga en constante construcción, dado que se trata de una historia inconclusa en cuanto a que sigue viva y escribiéndose a medida que las historias de los personajes siguen evolucionando...

Espero que disfrutéis de estas aventuras tanto como yo, participando de ellas y registrando sus crónicas para que los bardos y juglares puedan componer sus rapsodias...

Pincha el enlace y accederás a las

 Aventuras de la Compañía del cráneo del troll

viernes, 3 de septiembre de 2021

Como olvidar...

 

Como es posible olvidar,


Como puede ser tan fácil
un buen día despertar
con la conciencia tan frágil
que le sea imposible recordar.
 
Como es posible olvidar...
 
Cuan injusto puede ser el tiempo
que sopla como el viento
en su inexorable pasar
barriendo la hojarasca
inerte y seca
de mi pensamiento.
 
Como es posible olvidar...
 
Y quien lo desea hacer...
 
Preferible sería
bajo mi forma de  ver
las más bellas cosas de esta vida,
como el amor primero
poder para siempre poseer
y que nunca llegue su partida.
 
Como es posible olvidar...
 
Y como podría yo claudicar...
 
Y tener mi alma tranquila
Y permanecer cuerdo.
Si el olvido mi anhelo aniquila
matando unos recuerdos
que ya nunca podrán resucitar.