miércoles, 6 de noviembre de 2024

La gruta oscura

 El acceso a la caverna apenas podía vislumbrarse recortándose sobre la roca en aquella oscura noche sin luna. Era una noche fría y el viento azotaba las copas de los robles y encinas en un enorme estruendo. Decían los ancianos del pueblo que en las noches sin luna como esta podía presentarse la ocasión para hallar el acceso a la antigua gruta.

Una vez se introdujo por la angosta cavidad que daba acceso a la cueva, el ruido del exterior se fue calmando y dio paso a un lúgubre silencio solo interrumpido de cuando en cuando por un lejano goteo en algún lugar más adentro.


A medida que se adentraba en las profundidades de la tierra no paraban de venirle a la cabeza los viejos cuentos y leyendas que las ancianas del lugar contaban a los niños y niñas para que se quedasen dormidos. Estas historias repletas de avisos y advertencias, pretendían precaver al oyente de los peligros de encontrarse con las criaturas de la noche y la oscuridad entre las que se encontraban trasgos, brujas y trolls, pero de las que la más pavorosa era sin duda el dragón.

Hacía cientos de años que no se había visto uno y esto llevó a la gente a pensar que habían desaparecido y con ellos las antiguas y crueles tradiciones que rendían culto al dragón y que consistían en rituales de adoración y entrega de tributos, a veces de oro, a veces de carne.


Estos pensamientos acudían a su mente y la hacían estremecer mientras seguía adentrándose en las entrañas de la caverna. Solo la tenue luz de un pequeño candil servía para iluminar el camino que se estrechaba y ensanchaba caprichosamente a medida que descendía cada vez más. Intentaba calmar su inquietud intentando convencerse de que muy pronto regresaría a la aldea y podría contar con júbilo que aquellas historias de las ancianas solo eran eso, historias para amedrentar a los niños. Pero en su fuero interno había una sombra, un temor que se mantenía vivo y que parecía medrar con cada paso que daba hacia el corazón de la montaña.


De pronto, un repentino soplo de aire gélido apagó la llama que le guiaba dejándolo en la más completa oscuridad. Casi como un reflejo, contuvo el aliento permaneciendo en la más absoluta quietud. En esta situación logró oír algo. Se trataba de un ruido constante y acompasado que no conseguía identificar. 

Lentamente prosiguió en su avance y comprobó que la gruta se ensanchaba en una especie de gran estancia de piedra. 

Lo que observó en su interior le dejó petrificada. Un terror desconocido e incontrolable se apoderó de su alma dejando congelado su cuerpo y la mente obnubilada. Ante ella, dormitando, se encontraba un majestuoso dragón verde…