Hoy traigo a este espacio algunos fragmentos de un titulo que considero imprescindible y tristemente oportuno. Se trata del Diario del año de la peste de Daniel Dafoe, que mi gran amigo Tomás me pasó y cuya lectura recomiendo encarecidamente...
Se hicieron algunos intentos para suprimir la impresión de libros que aterrorizaran al pueblo, y para asustar a sus difusores, algunos de los cuales fueron prendidos. Pero estos intentos no fueron llevados hasta la última instancia porque, el Gobierno se mostraba renuente a exasperar a la gente, que ya estaba bastante fuera de sí…
Un mal siempre trae otro. Esos terrores y aprensiones
condujeron a la gente a mil actos débiles, tontos y perversos, que en realidad no deseaban,
pero hacia los que eran impulsados por una clase de individuos verdaderamente
malvados: corrían hacia los decidores de fortuna, charlatanes y astrólogos,
para que les pronosticaran su destino mediante horóscopos y cosas parecidas.
Esta tontería pronto hizo que en la ciudad pululara una perversa generación de
presuntos practicantes de magia. Este comercio creció enormemente en aquellos
días…
Los clérigos y predicadores de distintas clases, serios e
inteligentes -hay que hacerles justicia- se pronunciaron contra estas y otras
prácticas malvadas y la gente más cuerda
y sensata las despreció y aborreció. Pero resultó imposible iluminar a la gente
ordinaria y a la clase laboriosa y pobre: su pasión predominante era el miedo,
y despilfarraban con desaprensión el dinero en esas extravagancias…
Además, la misma Corte, que entonces era alegre y fastuosa,
adoptó cierto aire de interés ante el peligro. Se prohibió la peste en escena
de todas las obras y entremeses que, al estilo de la corte francesa, habían empezado
a extenderse entre nosotros; fueron cerradas y suprimidas las casas de juego,
salas de baile y casas de música que se estaban multiplicando y comenzaban a
corromper las costumbres; y los payasos, bufones, títeres, volatines y los
números similares que habían embrujado al público ordinario cerraron sus
tiendas y locales, en las que ya no había movimiento alguno, porque otras ideas
agitaban las mentes, y una suerte de tristeza y horror ante esas ideas se
instaló hasta en los semblantes de la gente común. Ante sus ojos estaba la
muerte, y todos comenzaron a pensar en sus tumbas, no en regocijo ni diversiones…