
Al despertarse no recordaba absolutamente nada. Poco a poco fue recordando quien era, pero no conseguía visualizar lo acontecido antes de que todo se volviera negro. Se puso de pie, se incorporó y miró en derredor el extenso páramo. Giró la cabeza y vio un inmenso muro de piedra que se extendía hasta perderse en lontananza.
Pensó que quizá al otro lado pudiera encontrar las cosas de su pasado que no podía recordar, así que se acercó al muro y lo miró como absorto.
La tapia era realmente alta, tanto que hubiese sido imposible trepar por ella. Además su superficie era perfectamente lisa, sin hendiduras ni posibles asideros. Así que ni intentó subir.
Luego pensó en derrumbarlo pero desistió, obviamente el muro era inamovible.
Así que finalmente decidió caminar pegado al muro para ver si más allá, en alguna dirección podía encontrar una entrada.
Comenzó a andar. Y siguió andando. La más larga caminata que recordaba. Horas y horas; un día y su noche. Y al amanecer otro día nuevo.
Por fin, decidió que no podía más y exhausto ya de caminar, con el ánimo agotado, se dejó caer sobre el muro para reposar. En ese preciso instante, éste pareció ceder permitiéndole el acceso a la otra parte, pero con tan mala fortuna que cayó de espaldas al otro lado, se propinó un golpe en la cabeza y yació inconsciente...
No hay comentarios:
Publicar un comentario