sábado, 16 de noviembre de 2019

Al acecho de la Luna

Al acecho de la Luna voy.
Tan solo hace un instante que me la crucé de improviso y su espectacular redondez me dejó prendado.
Fue un abrir y cerrar de ojos y de pronto ya no estaba, había desaparecido del cielo nocturno y nada quedaba de aquella gloriosa perspectiva.  Y prendado fui en su busca, ansiando una instantánea que me ayude a imaginar que podré guardar ese momento para siempre.
La busqué en la lejanía entre las copas de los árboles, a través del viento frío del norte en su empeño por estremecer mis húmedos huesos.
Y su búsqueda me llevo a adentrarme en los jardines como un licántropo mirando al cielo entre la espesura.
Finalmente la hallé, quieta, calma, impasible, cómo queriendo hacer ver que todo el tiempo estuvo allí, aguardando a su frenético perseguidor.
Fue entonces cuando me percaté de su verdadera belleza, de su inmensa perfección, de su presencia atemporal.
Y al fin caí en la cuenta de que mi odisea tras ella hubiera sido en vano si tan solo hubiera atrapando una instantánea, que por otro lado no puede tan siquiera acercarse a captar el momento que saboreó mi retina hace solo unos minutos. No, el verdadero placer recae en tomar conciencia de esa nocturna travesura, de ese instante apasionado que me desvió de mi camino diario para adentrarme en los jardines a su encuentro. Entonces, aunque solo fuera por un instante, me sentí satisfecho.

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