domingo, 20 de septiembre de 2020

Fragmentos de bitácora espacial II

 



A medida que la nave se acercaba al cuerpo celeste, la tripulación en su interior, se afanaba en realizar los preparativos para el descenso. Las lecturas que ofrecía el ordenador central de la Vangarde arrojaban luz sobre la morfología y composición del planeta. Los datos eran esperanzadores pues indicaban la existencia de hábitats, que presumiblemente, pudieran ofrecer condiciones para la existencia vida.

Una vez la nave tocó tierra, los mecanismos de la escotilla principal comenzaron a cobrar vida y poco a poco la compuerta de la nave se abrió dejando escapar una brillante luz desde su interior de donde surgía una silueta. Una esbelta figura emergió de la escotilla contemplando un nuevo horizonte. 

A través de la visera del casco nuestra exploradora pudo observar ante sí el vasto paraje que se extendía en derredor. Una inmensa llanura barrida por el polvo. Y a lo lejos, lo que parecía ser un sistema montañoso cuyos picos se elevaban a alturas considerables.

 Tras descender de la nave y terminar de ajustarse los equipos, imprescindibles para poder realizar su tarea en un entorno nuevo y desconocido, nuestra aventurera comienza con paso lento, pero seguro, su exploración planetaria. Su misión: recoger muestras de diversa índole para su posterior examen. La información resultante de estos exámenes y pruebas pasan a formar parte de una inmensa base de datos de la cual se extraen los destinos candidatos para una futura colonización. Hasta el momento todas las propuestas habían terminado siendo infructuosas por lo que, desde la dirección de la estación espacial Eureka 2 tenían puestas muchas esperanzas en aquel pequeño y olvidado astro.

Después de un breve viaje en el vehículo explorador de la Vangarde, nuestra pionera se encontraba al pie de las montañas. Decidió ascender unos metros para obtener una mejor visión panorámica del paisaje del entorno cercano. Una vez posicionada, inspeccionó el terreno en busca de algún accidente geográfico que suscitase su atención.                                                                                                          

De pronto, algo captó su curiosidad. A lo lejos le pareció ver un reflejo. Como un destello metálico que centelleaba intermitentemente en la lejanía.                                                                                                 Rápidamente, la exploradora comenzó el descenso en dirección al hallazgo. En unos pocos minutos ya estaba tan cerca que podía verlo con sus propios ojos, sin necesidad del escáner de visión que había empleado antes. A medida que se acercaba su mente trataba de dar forma a aquella mancha de aspecto metálico que refulgía en medio del polvoriento desierto.                                                                                                                      

Cuando llegó al lugar, desmontó del trasporte y se acercó cuidadosamente al objeto. Ahora podía ver con claridad que se trataba de una pieza esférica, metálica en apariencia, pues estaba semienterrada.      Se acercó aún más y la desenterró con sus propias manos, solo para descubrir con asombro en qué consistía su hallazgo.

Continuará...

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