sábado, 16 de noviembre de 2019

Al acecho de la Luna

Al acecho de la Luna voy.
Tan solo hace un instante que me la crucé de improviso y su espectacular redondez me dejó prendado.
Fue un abrir y cerrar de ojos y de pronto ya no estaba, había desaparecido del cielo nocturno y nada quedaba de aquella gloriosa perspectiva.  Y prendado fui en su busca, ansiando una instantánea que me ayude a imaginar que podré guardar ese momento para siempre.
La busqué en la lejanía entre las copas de los árboles, a través del viento frío del norte en su empeño por estremecer mis húmedos huesos.
Y su búsqueda me llevo a adentrarme en los jardines como un licántropo mirando al cielo entre la espesura.
Finalmente la hallé, quieta, calma, impasible, cómo queriendo hacer ver que todo el tiempo estuvo allí, aguardando a su frenético perseguidor.
Fue entonces cuando me percaté de su verdadera belleza, de su inmensa perfección, de su presencia atemporal.
Y al fin caí en la cuenta de que mi odisea tras ella hubiera sido en vano si tan solo hubiera atrapando una instantánea, que por otro lado no puede tan siquiera acercarse a captar el momento que saboreó mi retina hace solo unos minutos. No, el verdadero placer recae en tomar conciencia de esa nocturna travesura, de ese instante apasionado que me desvió de mi camino diario para adentrarme en los jardines a su encuentro. Entonces, aunque solo fuera por un instante, me sentí satisfecho.

martes, 29 de octubre de 2019

Proverbio… 

No hay nada más triste que presenciar como alguien pregunta a otro ¿Te imaginas? y el otro responda "Recuerdo"...

jueves, 12 de septiembre de 2019

Tras la pantalla te vigilan



Cuando llega el ocaso y la tarde toca su fin
comienza el espectáculo de luces y sombras sobre las paredes de la habitación.


Frente a un arrinconado escritorio, un figura languidece en la penumbra
únicamente iluminada su faz por los destellos de una pantalla.


Maldita computadora que me observa inexpresiva,
fría, aséptica; silenciosa tras el gélido cristal de su mirada...


Cuantas horas rezando frente a tu altar,
cuanta liturgia te rodea, en el día a día de los seres que respiran...


Hipnótico hechizo tu fulgor desprende
Y llega a mis cansados y vidriosos ojos.


El zumbido de tus ventiladores me abstrae y
al fin, al llegar la noche, arrullado como un niño 

duermo en tu regazo.

lunes, 2 de septiembre de 2019

Llave por llave- me dice Mario Benedetti

En esta ocasión os presento un pequeño poema que me enamoró desde la primera vez que lo oí. Es obra de Eduardo Galeano y me maravilló por su condensación, por todo lo que dice en tan pocas letras, por lo hondo que llega su mensaje... Espero que lo disfrutéis.



En los suburbios de la Habana, llaman al amigo mi tierra o mi sangre.
En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave. Pana por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y llave por... Llave, por llave -me dice mi amigo Benedetti. Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves de cinco casas de cinco amigos; las llaves que lo salvaron.

Eduardo Galeano
El libro de los abrazos




domingo, 28 de julio de 2019

Os presento una panorámica de Cádiz . Se trata de un collage con partes de diversos óleos que representaban la misma panorámica... Por supuesto ninguno de ellos es mío, ni recuerdo a sus autores aunque desde aquí quiero agradecerles su colaboración inconsciente pues ellos y ellas, sin saberlo, me inspiraron a realizar esta composición.

martes, 9 de julio de 2019

El libro

La pesadez y la somnolencia se apoderaban de mi mente, abotargada ya entre tantas letras y tanto mapa. 


El calor se concentraba en las estancias de la oscura biblioteca invadida por murmullos incesantes e implacables.

Son momentos de cansancio y estupor que impiden a la mente seguir recibiendo información y la fantasía se escapa del interior de la cabeza para materializarse en sueños, esos pequeños impulsos eléctricos que nos hacen descansar... Y así fue como todo se volvió negro en derredor y lentamente cesó el murmullo.


Cuando volví de mi viaje onírico el contacto de mi cara con la mesa me pareció gélido. Los papeles yacían desperdigados entorno a mí y me rodeaban montañas de libros y manuales. El rumor de antaño había cesado y ahora reinaba un majestuoso y sepulcral silencio. Miré alrededor, y sorprendido me percaté de que estaba sólo y las estancias de la biblioteca parecían haberse multiplicado y crecido mientras yo yacía.

Lentamente comencé a pasear por las alargadas y suntuosas galerías repletas de estanterías de arriba abajo. Tras unos minutos, que bien podrían haber sido horas, me detuve frente a un estante. De seguido estaba tomando un libro entre mis manos, no sé bien si fue el azar o el hado el que me llevó a mi elección, lo cierto es que ya poseía el tomo.

Su tacto era suave, aterciopelado y sedoso a la vez. Las cubiertas negras, amplias y pesadas le daban firmeza y solidez. En su centro había un delicado dibujo entretejido en hilo de oro. Este representaba una estrella de cinco puntas circunscrita en un aro de símbolos extraños como matemáticos o de algún alfabeto antiguo que no supe identificar. En el interior de la estrella se encontraba un ojo con la pupila llameante, todo con un exquisito acabado. No había rastros de título en el ejemplar.

Cuando lo abrí, fue como si mi mente se desprendiera de mí, arrastrando tras de sí uno a uno todos mis sentidos. Y de repente fue como si me sumergiera en el espacio a una gran velocidad, como peso inerte que cae en las profundidades de una poza oscura. Un mar de sensaciones me invadieron desde todos los puntos de mi alrededor y de mi propio interior; sentía frío, calor, sudor, hedor, como si una fiebre extraña me invadiera; sentía placer y dolor al mismo tiempo, muerte y renacimiento al unísono, el silencio más profundo y además la más hermosa de las de las sinfonías...

Vi el pasado y más atrás aún. Descubrí informes criaturas en su más aberrante esplendor, seres increíbles que solo viven en la mente humana y que se alimentan en las sombras que la razón no llega a iluminar de los restos oníricos que nuestros despertares desechan y creemos borrados.

Me perdí luego en un infinito laberinto de sensaciones que  me hicieron conocer muchos secretos que ahora no puedo eliminar y que se grabaron a fuego en mi subconsciente.

Sentí como el  poder del universo fluía por mi interior. Toqué la verdad con la palma de mi mano y justo cuando iba a cerrarla y a llevarme conmigo el secreto del universo y la luz de la eterna verdad me iluminaba hasta cegarme, en ese instante justo, el libro se cerró de golpe, y yo me sentí caer.


Cuando abrí los ojos la mesa estaba fría, y los papeles yacían desperdigados por su superficie. El murmullo de la gente parecía haber disminuido, ahora había menos personas en la estancia.

Todavía trastornado del despertar me levanté de mi asiento y comencé a recoger mis bártulos, todavía meditando sobre aquel bizarro sueño.

Cuando salí del edificio estaba anocheciendo, el viento batía las copas de los árboles en un rumor estremecedor, era un viento norteño que helaba hasta la sangre. Abroché el abrigo y comencé a caminar.

Mientras andaba noté como se me abría la maleta, así que me detuve para volverla a cerrar y cuando me asomé a su interior, descubrí entre mis cosas un bulto intruso. Lo agarré y vi que era un libro de tacto aterciopelado, grandes y pesadas tapas negras y en cuyo centro se ubicaba un precioso detalle bordado en hilo de oro que representaba una estrella circunscrita entre símbolos y con un ojo llameante en el centro....

martes, 25 de junio de 2019


Zéjel

No me vayáis a reñir
Que si parece un cuarteto,
Porque en verdad os prometo
Que lo acabo de escribir.

Hoy quiero aquí recordar
una estrofa singular
que el tiempo intentó olvidar,
pero hoy vuelve a revivir…

No me vayáis a reñir
Que si parece un cuarteto,
Porque en verdad os prometo
Que lo acabo de escribir

El Zéjel es una poesía
del tiempo de la morería
que el buen shaeir componía,
y gozaba el alfaquí…
No me vayáis a reñir
Que si parece un cuarteto,
Porque en verdad os prometo
Que lo acabo de escribir


El juglar era el artista
siendo el músico y letrista
dejando la pieza lista,
para poderla lucir…
No me vayáis a reñir
Que si parece un cuarteto,
Porque en verdad os prometo
Que lo acabo de escribir.








martes, 11 de junio de 2019

El cuento de nunca acabar.

Al despertarse no recordaba absolutamente nada. Poco a poco fue recordando quien era, pero no conseguía visualizar lo acontecido antes de que todo se volviera negro. Se puso de pie, se incorporó y miró en derredor el extenso páramo. Giró la cabeza y vio un inmenso muro de piedra que se extendía hasta perderse en lontananza.
Pensó que quizá al otro lado pudiera encontrar las cosas de su pasado que no podía recordar, así que se acercó al muro y lo miró como absorto.

La tapia era realmente alta, tanto que hubiese sido imposible trepar por ella. Además su superficie era perfectamente lisa, sin hendiduras ni posibles asideros. Así que ni intentó subir.
Luego pensó en derrumbarlo pero desistió, obviamente el muro era inamovible.
Así que finalmente decidió caminar pegado al muro para ver si más allá, en alguna dirección podía encontrar una entrada.


Comenzó a andar. Y siguió andando. La más larga caminata que recordaba. Horas y horas; un día y su noche. Y al amanecer otro día nuevo.
Por fin, decidió que no podía más y exhausto ya de caminar, con el ánimo agotado, se dejó caer sobre el muro para reposar. En ese preciso instante, éste pareció ceder permitiéndole el acceso a la otra parte, pero con tan mala fortuna que cayó de espaldas al otro lado, se propinó un golpe en la cabeza y yació inconsciente...


domingo, 2 de junio de 2019

Amanecer

Amanece una gélida mañana de invierno. Es el primero de diciembre y el viento del norte aparece de imprevisto acompañando al todavía tímido sol matutino. La luz tenue y parpadeante destila reflejos de colores suaves. 
El naranja va clareando hasta descubrir tras unas nubes, el inmenso y límpido cielo azul del nuevo día.

Lentamente, con la parsimonia de la cotidianidad, la ciudad comienza a despertar. Las farolas de la calle se apagan al unísono en contraste con las pequeñas luces que aparecen tras las ventanas de los edificios en cuyo interior, aún reinan las tinieblas de la noche oscura. La urbe se despereza y saca a las callejas a los primeros transeúntes que con paso rápido y decidido se dirigen hacia sus menesteres diarios trazando sendas invisibles, dibujando itinerarios tortuosos por el plano de la ciudad, como si la sangre fluyera y refluyera por las venas y arterias de un cuerpo recién despertado de su letargo. Y es que esta ciudad es como un ser viviente. Está animada en su totalidad por un cúmulo de actividades que en frenética sintonía dotan de vida a este gigantesco y pétreo ente.

Desde las doradas cúpulas de la vieja catedral, los ojos azulados como zafiros de una cigüeña contemplan con solemne majestuosidad la creciente ebullición de la actividad urbana, que como si de una coreografía se tratase, se articula metódicamente en un movimiento incesante. Es también su hora y acuciada por un instinto ancestral, emprende el vuelo hacia el Sol que comienza a arder como el ojo del cielo...

jueves, 30 de mayo de 2019


Esperando un tren…


Había una vez un viejo apeadero de trenes cercano a una perdida localidad en el agreste interior del país. Esta  era una solitaria parada de postas por la que tan solo pasaban algunos trenes de cuando en cuando. Cuando fue construida, se esperaba que fuera de gran utilidad para las comunicaciones a lo largo y ancho del territorio. Pero la posterior construcción de una nueva línea ferroviaria que seguía la costa y conectaba el norte y el sur del país mucho más rápidamente, acabó por relegarla al olvido y cayó casi en el completo desuso.

En aquella pequeña estación trabajaba un guardagujas llamado Pedro Zúñiga que era la persona encargada de realizar todas las tareas de aquel destartalado apeadero. De hecho, era la única persona que trabaja allí, y hacía las funciones de guardagujas, oficinista, vendedor de billetes y mozo de la limpieza, y en definitiva, todos los quehaceres que fueran necesarios para el mantenimiento de la estación. Y había estado realizando este trabajo durante diez años, desde que fue destinado a este puesto y se trasladó desde una de las grandes ciudades de la costa.

Una calurosa tarde de un viernes de verano, cuando andaba barriendo el andén principal, Pedro Zúñiga se percató de una figura que permanecía sentada en un banco, allá al fondo del andén. Al acercarse un poco, pudo comprobar que se trataba de un anciano. El anciano vestía un elegante traje marrón, perfectamente planchado y sin ni una sola arruga. Calzaba unos zapatos negros relucientes y sorprendentemente limpios, pues los caminos que llevaban desde el pueblo a la estación no estaban pavimentados, eran senderos de tierra que levantaban gran polvareda con el mínimo rastro de viento. Sobre sus piernas descansaba una pequeña maleta de cuero. Coronaba su cabeza un sombrero gris que le servía para protegerse del sol estival.

Pedro Zúñiga sintió una repentina y aguda curiosidad por aquello, pues sabía que aquel día  solo pasaría un tren y para eso faltaban aún algunas horas. Además, ese era un tren que transportaba mercancías procedentes de la costa hacia la capital. Pedro andaba barriendo, con un ojo puesto en aquel anciano y dándole vueltas a estas ideas en la cabeza, cuando súbitamente se oyó la campanilla de la puerta principal, lo que indicaba que alguien había llegado. Esto lo apartó de sus cavilaciones y se fue a atender al chico del correo que traía correspondencia como de costumbre. Y hoy, como de costumbre, no traía nuevas.

Pasada una hora, cuando Pedro Zúñiga volvió a acordarse del anciano del andén, el tren procedente de la costa ya había pasado y el anciano había desaparecido también. Así que Pedro Zúñiga continuó a lo suyo sin dar mayor importancia a aquel asunto.

La sorpresa fue cuando el siguiente viernes aquel anciano volvió a aparecer, sentado en el mismo lugar de la misma guisa que la semana anterior. En aquella ocasión Pedro Zúñiga no puedo reprimir su curiosidad y se decidió a preguntarle:

-          ¿Espera algún tren, caballero? Preguntó cortésmente. Al oírle el anciano giró la cabeza muy lentamente y sin inmutarse, ni alterar el gesto contestó:

-          Sí, espero mi tren.

Pedro sabía que no pasaría tren alguno aquella tarde, por lo que insistió:

-          Pero señor, hoy no pasaran más trenes, debe haberse equivocado.

El anciano volvió a mirar a Pedro, inmutable, sin gesticulación alguna y respondió:

-          Mi tren llegará.

Este fue el fin de la conversación. Lo dijo de una manera tan firme y segura que Pedro Zúñiga no pudo más que encogerse de hombros, darse la vuelta y alejarse del solitario anciano.

Así, durante aquel tórrido verano, tarde tras tarde, cada viernes, Pedro Zúñiga realizaba sus tareas en el viejo apeadero: venta de billetes, recogido de la correspondencia, limpieza y  mantenimiento; siempre en la silenciosa y ausente compañía  de aquel extraño anciano.

Pasaron así las semanas y con ellas el verano, y de esta manera, el último viernes de septiembre Pedro Zúñiga se extrañó al no ver al anciano. Aquel fue un viernes anómalo en la vieja y olvidada estación pues, a causa de un desvío provocado por la caída de unos árboles sobre las vías, por primera vez en semanas, un tren de pasajeros pararía a repostar en el viejo apeadero en su trayecto hacia la capital.

Sonó el silbato desde la locomotora. El tren estaba listo para partir. Pedro Zúñiga, desde la palanca de cambio de vías observaba que todo estuviera listo para dar permiso de salida al maquinista, cuando a lo lejos observó que uno de los vagones de la parte final del tren se amontaba un grupo de personas que se afanaban en izar una pesada caja al vagón. Al acercarse pudo ver que se trataba de una gran caja y apreció que era un ataúd. Se acercó aún más para echar un vistazo y una mano si fuera preciso, en el momento en que la caja se le escurría de las manos a uno de los portadores de modo que estuvo a punto de caer al suelo. Presto y veloz Pedro Zúñiga agarró la carga sin poder evitar que la tapa se desprendiera y su interior quedara parcialmente al descubierto. De soslayo, Pedro Zúñiga, el guardagujas de la lejana y solitaria estación pudo ver que en su interior se encontraba un rostro familiar…

Y pudo comprender tristemente que al final, el ansiado tren que el anciano anhelaba por fin había llegado.


Salutaciones

Bienvenidas y bienvenidos a este escritorio del nuevo siglo.

Este es un espacio dedicado a las artes, la literatura y el audiovisual. Mi intención es que sea un pequeño repositorio de reflexiones, textos, videos, audios y reseñas tanto propias como de quien quiera participar publicando...

El scriptorium era la sala, contigua a la biblioteca en los monasterios medievales, donde se procedía a la copia de documentos y volúmenes... Hoy, en pleno siglo XXI planteo este espacio como un lugar desde donde "salvar" sus contenidos del maremágnum en que se ha convertido internet y cuya deriva parece que empeorará...

Espero que disfrutes de un buen rato navegando por esta estancia. 



Welcome to this desk of the new century. 

This space is dedicated to the arts, literature and audiovisuals. My intention is to créate a small repository of reflections, texts, videos, audios and reviews both own and those who want to participate by publishing… The scriptorium was a room, close to the library in the medieval monasteries, where the documents and volumes were copied…  Today, in the 21st century, I propose this space as a place from which to "save" its contents from the maremagnumin thet the internet has become and whose drift sems to get worse…

I hope you enjoy it.